lunes, 30 de julio de 2007

El cazador que no fue

Foto truqueada, seguramente la verdadera coneja ya se murió.
(Flickr.com nicolatina)

Don Pedro gusta de contar historias. Es un hombre que tiene una inmensa capacidad para reír con las cosas más sencillas y comunes de la vida. Que tiene un rostro feliz.

Y así son sus historias: llenas de gracia, espontaneidad y calidad humana.

Hace poco conocí una nueva de sus anécdota. Tan bella que me hizo sentir algo sublime. Mi abuela me la contó, un poco en tono de burla. Pero para mi fue un tesoro. Una evidencia de su sabiduría.

“En el pueblo a los chavos les gustaba ir de cacería. Se iban al monte a cazar en bola. Ya por la tarde los veía uno bajar con sus conejos colgados al cincho, presumiendo que tan buenos eran con la puntería.

Pedro nunca cazaba nada. Y cómo iba a hacerlo si, fíjense, un día se fue de cacería y encontró una coneja bonita, re chula, grandota y gorda. Ya la tenía en la mira, apuntándole con la escopeta, lista, ya nomás para dispararle. Y en eso que sale del matorral una hilera de conejitos a alcanzarla, eran sus críos.

“Y Pedro dijo: ‘No, cómo le voy a disparar a esta coneja ¿Y luego sus hijitos?’ Y que la deja ir, así, sin más ni más. A ella y a sus críos ¿Cómo la ves?”,
concluye la abuela moviendo la cabeza y con un tono de acusación.

Y yo volteo a ver a Don Pedro y él no dice nada. Pero me responde con una de sus muy espontaneas sonrisas.
Y yo pienso: Que lindo es mi padre. :)

lunes, 23 de julio de 2007

Un agravio más...

Pero ya has de bajar...

¿Porqué si la APPO cedió y decidió no ir al Cerro del Fortín, este político no hizo lo mismo?

¿Porqué si la APPO y los maestros decidieron no acercarse y liberar la festividad, este gobernante no hizo lo mismo?.

¿No es su responsabilidad buscar la reconciliación?

¿Su ausencia no hubiera sido la mejor señal de prudencia? ¿Un acto tan significativo como la decisión de liberar esta festividad y devolverla a los oaxaqueños?

Cuando vi la foto me indigné. Y no porque se llevara a cabo la Guelaguetza. El acontecimiento es importante para los oaxaqueños y es algo que celebro. Mi indignación fue al ver al cínico gobernador, rodeado por sus incondicionales, festejando, sonriente, a la cabeza de la festividad.

Con ello, Ulises pateó la muestra de prudencia que dio APPO, pueblo, ciudadanos oaxaqueños que están dispuestos a morir con tal de saber que su lucha no se perdió, con tal de saber que las vidas de los suyos sirvieron de algo.

Pero con esa foto, todo esfuerzo se fue por la borda.

Esa imagen tiene todo el poder y significado político que Ulises buscó: que se vea que está firme en su gobierno, que se note quién manda. Para la APPO, la foto significa un nuevo agravio. Una nueva ofensa al pueblo que dice representar.

Según las crónicas, el auditorio se llenó.

Yo pensé en ir para este lunes 23 de julio, pero la posibilidad de que la representación se cancelara o que detonara en violencia, me hizo desistir. Así creo que muchos lo pensaron. ¿Quién iría bajo ese clima de tensión, de amenaza?
Pues bien, fueron los trabajadores al gobierno del estado. Los obligaron a ir “por las buenas”. Les dieron boletos y el día de descanso. El gobierno del estado pagó los autobuses para llevar a priístas del interior del estado. La fiesta de los oaxaqueños ¿realmente fue de los oaxaqueños? Eso, después de la foto, poco importa.

Mientras tanto, Emeterio Merino Cruz, quien se manifestaba el 16 de julio pasado en las filas de la APPO, continúa grave en el hospital de Especialidades de Oaxaca. Tiene traumatismo craneoncefálico. El director de averiguaciones de la Procuraduría del estado ya advirtió que si despierta y se recupera, será consignado al Cereso por daños en propiedad ajena. :(

domingo, 15 de julio de 2007

Que viva el trueque

Resulta que el otro día no cojo y no me levanto muy temprano, sino más bien como a las 11 de la mañana. Era un dominguito sabroso, soleado, de esos días en que no tienes absolutamente nada que hacer. Entonces decidí hacer lo que venía planeando desde hacía como un año: tomé mi mochila y cargue ahí un bonche de libros, de esos que no pertenecían a mi acervo y que más bien me estorbaban: El Amparo, el Código Penal, Curso de Derecho Procesal, El asalto al cuartel Moncada, Historia de las Relaciones entre Cuba y EU, etc.

Y que me enfilo al tianguis de La Lagunilla a intentar rematarlos con los vendedores de libros viejos que se ponen afuera del mercado de ropa. De a 10 varos cada uno, calculé, me puedo sacar 100 y ya me doy por bien servida. Y valdrá la pena la cargada, pensé. Y ahí voy con mi gorrita y mi mochilita repleta de estos libros, en su mayoría regalados por abogados, pero que nunca los iba a leer y que me daba lástima tirar, porque estaban nuevos, pero que tampoco quería llevarlos a donar, porque seguro otro iba a hacer bisnes con ellos. Así que preferí rifármela con mi maletita de 25 kilos.

Pero para mi mala fortuna, pues resultó que nel, que a nadie le interesaba comprar libros de derecho, ni a 10, ni 5 pesos, que fue mi segundo y último precio. Y a tres, dos o un peso era verdaderamente humillante. Uno, aunque pobre y bisnero, tiene su orgullo y su caché ¿no? Que caray. Tons ya venía de regreso, bien enojada, bien cansada y toda sudando y maldiciendo porque no me había quedado echada en mi casa, asoleándome como la gata bajo la lluvia que soy.

Tons en esas, pasé de regreso con unos libreros que estaban cheleando y le dije a uno de ellos: si no me compras mis libros, pues entonces “cambalachéamelos” por unos tuyos. Y que me dice que sí, que agarrara los libros que me gustaran y que luego hacíamos cuentas. Y que me apaño tres: un diccionario de español que me urgía, un libro de historia sobre la caída del Imperio Romano y un libro de bolsillo con cuestos, artículos, poemas y short mysteries, pa´ ir leyendo ya in inglish, vez. Y de mi bonche de libros que puse en su mesa, sólo agarró uno, el más choncho y nuevecito, el de Amparo. Yo lo veía con cara de: “Híjole, me agarre cuatro por uno, que pena”. Pero me di cuenta que él me veía con cara de: “Chale, me agarré el mejor por sólo esos libritos”. Y hasta me dijo, “Si quieres agarra más”, pero yo pensé: “No, que gacho debe ser venir a vender y regresar a casa sin dinero”. Así que muy contenta por mi trueque, me despedí y todavía me di el lujo de hacerle unos encargos.

Y para no hacer el cuento largo, pues resulta que con esa fórmula “truequelenta” anduve de shoping por toda la lagunilla, pagando con libros al que se me dejara. Y entre las cosas padres que me merqué, quiero presumirles este cuadrito de los gordos de Botero, con todo y su cristal antireflejante. Valía 100 varos, pero a mi me costó el tomo dos de Derecho Procesal. Ja, que gusto me da recordar:

Yo: ¿Cuántos libros quieres por ese cuadrito?
Él: “No pues tú dime cuántos me das”.
Yo: (Pensando, pobre guey, no vende nada y yo me llevo su mejor mercancía sin pagarle con dinero. Lo van a correr de su casa. Neta, me invadió un sentimiento de culpa) ¿Te parecen bien cuatro libros?
Él: “No, como crees. Dame dos”. Y aunque no lo escuche de su voz, puso cara de quien acaba de chingar y hacer un buen bisne.

Así, los dos medios nerviosos porque creíamos que le estábamos viendo la cara al otro, intercambiamos nuestras mercancías. Y vean mi cuadro, a poco no está re chido:

Perdón por el foco, no sé cómo hacer para que mi camara no dé el flashazo.

Yo, que me había llevado 10 libros, regresé a mi casa con mi maletita más cargada: 4 libros de derecho, cuatro libros que cambié, un cuadrito de Botero, un juguete para mi sobrino, una película, unas pulseras y un espejo. Ah y una sonrisota del tamaño del mundo, de aquellas que te salen cuando sientes que hiciste el negocio de tu vida :)

Por eso y muchas otras cosas más: amo La Lagunilla.

viernes, 6 de julio de 2007

Este post va por ti André...

Miercoles 6 de julio de 2006; después de una noche en vela...

Varias personas me miran con asombro y desagrado porque a estas alturas y después de un año sigo sosteniendo alto y fuerte: Hoy más que nunca estoy contigo Andrés Manuel…
Y aunque no se atreven, yo veo la pregunta en sus ojos. Y veo su confusión: “Acaso no se da cuenta de todo lo que ha hecho”. Y yo les quieron decir que es precisamente por eso que estoy con él.
Y mientras muchos que votaron por él hoy se sienten traicionados, decepcionados, cansados o derrotados, para otros cientos de miles, en los que me cuanto yo, la actuación de Andrés ha sido de gran altura y enseñanza moral. De civismo y gran dignidad.
Pero como no quiero volver a las necedades, mejor les cuento un cuento. Dedicado a todos aquellos que no entienden o no pueden ver el fraude.

Hubo una vez un par de hermanos, bien bonitos y bien inteligentes los dos. Uno se llamaba Fulanito y el otro Pelelito. Su padre, de nombre InFEliz, quería que fueran los mejores, que destacaran en los estudios y para estimularlos los puso a competir. El que sacara las mejores calificaciones obtendría como premio una gran mesada para que se comprara todos los juguetes que quisiera, y además obtendría el poder de mandar y disponer en la casa durante seis semanas.
Fulanito tomó el reto muy en serio. Emocionado, de día y de noche se esforzó para sus exámenes, cambió las horas de juego, por horas de repaso y de lectura, planeando qué le gustaría cambiar en su casa durante los días en que, de llegar a ganar, comandaría. Pelelito en cambio se fue por la libre y en vez de estudiar decidió irse de pinta y juerga, se preparó pero para contar mentiras. Su estrategia para ganar fue atacar a Fulanito, le rompía y le rayaba su tarea, le quemó sus libros y le escondía las cosas para que fallara. A los maestros, Pelelito les inventó una historia de enfermedades, de apuraciones, accidentes y aflicciones en su casa. A otros, los sobornó con el dinero que pidió prestado a sus amigos, a quienes prometió pagar con creces cuando, estaba seguro, ganara el dinero del premio. Fue tal la ambición de Pelelito que terminó por pedir más de lo que el premio significaba.
El padre, InFEliz, supo que Pelelito no estaba cumpliendo, que lejos de estudiar se la pasaba hostigando y molestando a Fulanito. Fueron muchas las personas que le advirtieron al inconsciente padre que Pelelito tenía una conducta irregular, casi casi delincuencial. InFEliz vio como Pelelito atacó a Fulanito para hacerlo caer en las calificaciones. El padre siempre supo, supo siempre. Y para entonces Fulanito empezó a patear también, se había casando de las bajezas de su competidor, ante la mirada complaciente del padre.
Llegado el día, Fulanito con todo su esfuerzo sacó 9.80 de calificación final. Pelelito, con todas sus tropelías, sacó 9.85 de calificación final.
El InFEliz padre tuvo en sus manos la oportunidad de corregir, de resarcir daños y colocar a cada quien en su lugar. Tenía varias opciones para hacer valer su autoridad:
-Podía descalificar a Pelelito, por faltar a las reglas mínimas de la competencia.
-Podía invalidar las calificaciones y someterlos a otro examen.
-Podía sancionar a los maestros y amiguitos que se prestaron a las trampas de Pelelito, e invalidar esos exámenes.
-Podía no premiar a nadie.

Pero no fue así. Sorprendentemente entregó el premio a Pelelito, y con ello destrozó el corazón a Fulanito. Y además les mandó a ambos un mensaje muy fuerte:
Pelelito entendió que en la vida podía hacer de todo: atropellar, mentir, comprar, sobornar, robar, difamar, con tal de ganar y salirse con la suya. No entendía lo que significaba la palabra “moral”, ni sabía para que servía. La mentira premia, pensó. Y se sintió más poderoso.
Fulanito recibió otro mensaje: De nada servía el esfuerzo. La fórmula era ser como Pelelito, pasar por encima de todo y de todos, y ganar, “aiga sido como aiga sido”. Pero Fulanito dijo no. Él sabía que era diferente. Estaba seguro que su esfuerzo valía más, mucho más que la estafa y el dolo de aquel. Eran muy diferentes, supo.
Fulanito pidió al padre que las respuestas de los exámenes se revisaran, una por una, y de ese resultado se sacara al verdadero ganador. Y el padre dijo no. Y su argumento fue: Pelelito hizo mal, pero nunca dijimos que eso no se valía. No había reglas claras. Pelelito sonrió malignamente.
Fulanito dijo: “entonces me voy a quejar con la que manda en la casa”. Y se fue derechito con doña Trife. Ella era la más vieja del clan, la madre de InFEliz, y era la que impondría siempre orden, respeto y justicia. Y ella lo escuchó, con su enorme poder mandó a traer algunos de los exámenes, escuchó a las partes, comprobó la intervención y la complicidad de los maestros, supo que los amigos de Pelelito habían sobornado y pagado las calificaciones de presunto ganador.
Doña Trife le dio la razón a Fulanito. Descubrió las canalladas, que terceros habían comprado esas calificaciones, que el padre había sido omiso e incapaz de llevar a cabo una buena competencia entre dos iguales. Les llamó la atención a todos. Pero no hizo más, dejó las cosas como estaban. Pelelito se quedó con el premio y Fulanito supo que estaba solo y que no habría justicia para él. Entonces los mandó “al diablo”.
Se plantó a la entrada de la casa, como una manera de manifestar su enojo. Y quienes pasaban por ahí lo veían, unos pensaban: "tiene toda la razón en estar indignado y enfurecido"; otros se molestaban porque les tapaba el pasó de su banqueta, y otros más cínicos, como Pelelito, decían: “es que no saber perder”. Fulanito sólo quería que se recontaran las respuestas del examen, pero no hubo voz ni sensibilidad para escucharlo y reparar el daño que le hicieron. Reinó la impunidad y el fraude y la trampa.
Pero Fulanito dijo no. Y no sucumbió y no aceptó darle la razón al otro. No se acercó a él para sacarle algo de provecho. No hizo como que no había pasado nada, no le disculpó su dolo y su engaño. Tuvo la fortaleza para aferrarse a sus valores y convicciones. Supo que si alguien debía avergonzarse, no era él, sino los otros.
Y colorín colorado…

Así lo veo yo. Y es una decisión personal, independiente de lo que Andrés Manuel diga o haga.

Yo no puedo reconocer a un pelele, porque eso significaría validar las decisiones de ese par de brutos y encubridores árbitros. Sería aceptar un pensamiento y una forma de actuar deshonesta. Significaría dejar sólo a Andrés y decirle que su esfuerzo no valió la pena, que se equivocó. Sería como si yo también premiara a alguien que debió y debe ser castigado, y que en el colmo de la desvergüenza, hoy se atreve a decir: “Que quienes quieren sembrar el rencor no encuentre tierra fértil en México”.


Hace un año el IFE llevó a cabo su conteo distrital. Tres días después del 2 de julio el árbitro concluyó su encomienda con pobres e impunes resultados. Y Andrés se erguía de esa derrota con enorme orgullo y dignidad. Y advertía que no cambiaria sus convicciones, ni traicionaría a quienes creímos en él. Y hasta hoy así ha sido.