sábado, 25 de agosto de 2007

Mi visita a Disney

Nunca fue mi máximo ¡Pero fue lo máximo!




Conocer Disneylandia y los estudios Universal es para mi motivo de post, con todo lo mamila que se escuche. Y no por Micky, ni por sucumbir a lo agradable y bonito que son estos parques, íconos del capitalismo gringo. Bueno sí y no.

Con exactitud sé que fue maravilloso porque lo hice en el momento preciso: cuado ya no cargaba con enojos ni culpas. Cuando checó en mi historial aquella definición de la RAE sobre la felicidad: Ausencia de inconvenientes o tropiezos. Cuando compruebo que soy capaz de proporcionarme mi felicidad.


Me explico. Mi visita fue circunstancial, sin preparativos y sin expectativas. No fui niña Disney: nunca le entendí a Donald y Micky no me causa esa expresión mamila de ¡ayyyyyyy! Disney no estaba en mis planes hace 15 días. Ni hace 15 años, como tampoco hace un año estaba en mis planes ser feliz, ni viajar, ni tener una amiga en Los Angeles con quien llegara a identificarme profundamente y además caerle en su cantón. No estaba en mi horizonte todo lo que ahora empiezo a construir.

Por eso es chida la vida y el paso de los años, porque significan la oportunidad de crecer, hacer amigos, acumular conocimiento, equivocarte, rectificar, enamorarte, desenamorarte. De tener un blog y escribir de ti sin más censura que tus niveles de cursilería.


Bueno, una vez advertido por dónde va mis post, quiero contarles que mi visita a este parque fue hermosa, maravillosa, me hizo regresar a la época más infantil de mi vida, algo que creía imposible. Y fui capaz sólo porque aprendí a “disfrutar”.

Apenas hace un año, justamente por estas fechas, lloraba de miedo con mi amiga Nantzin porque “tenía” que irme sola de vacaciones. Pero vinieron cambios en mi vida: hice mis Doce pasos en todo un año. Lloré mucho, pero me curé mucho, de infinidad de cosas.


Luego tuve aquel regalo que me hizo entender que “el amor no se paga”. Y lo separó del resto de mis enseñanzas porque fue fundamental en mi recuperación.

Por años viví en el error de pretender pagar a mis padres, a quienes amo profundamente, todo el amor que virtieron en mi, pese a las carencias. Esa interpretación me hizo vivir por muchos años con sufrimiento, por imposible.

Siempre que yo vacacionaba, “algo” me hacía sentirme mal. No era capaz de disfrutar sin culpa. Cuando paseaba, salía a comer a un lugar bonito, al cine o a la playa, me sentía culpable porque “yo sí y ellos” no estaba ahí.

Suena loco, pero es así. Muchos, pero muchos, confundimos los sentimientos de amor, gratitud y obligación y quedamos atrapados en una batalla con todos ellos. No podemos vivir libre de culpa.

Sin embargo, entendí que aquel sufrimiento le quitaba todo sentido al esfuerzo de mis padres, lo nulificaba. Ser infeliz era el peor “pago” que yo podía darles. Suena raro, muy raro, pero así es. Y es tema de debate y post.



Tras descubrir mi libertad, empecé a aceptar y a disfrutar las muchas, muchas muestras de cariño y amor que me brindan todos los días mis amigos, mi familia, mis compañeros, mis semejantes.



Así llegué a estas vacaciones (sin planearlas y en caliente) con Eileen y Barragán, quienes me agasajaron como reina y yo lo acepté sin apenarme y sin inconveniente. Chila me paseó por toda la ciudad de Los Angeles, y me regaló además su entusiasmo y alegría. Barragán me paseó por Tijuana y Ensenada, y me puso en contacto son un nuevo amigo: Gerardo.



Como verán, cuando todo esto se me juntó, resultó que yo andaba de vacaciones. Ni modo, andaba de suerte.

:-)))

viernes, 10 de agosto de 2007

¿Dónde quedaron Los Pérez?

Mis primeros paseos fueron las excursiones de la secundaria a El Rollo, Oaxatepec, Las Grutas de Cacahuamilpa o Las Estacas. En el autobús invariablemente se escuchaba a Los Terrícolas. Cómo me acuerdo de aquella canción: “Carta de Néstor ¿Qué me dirá?”.
En esas salidas había algo que siempre me llamaba la atención: las familias salían a pasear juntas. Pero la mía no, mis papás se quedaban trabajando para que sus hijos pudieran ir a las excursiones de la escuela.
Así que en esos balnearios yo vi muchos clanes compuestos por abuelos, abuelas, suegras gordas, manadas de niños jugando con sus papás en las albercas, mamás que después de limpiarle la cola al bebé tiraban los desechables en los arbustos. “Los Pérez”, por decirles de alguna manera, se sentaban alrededor de un anafre y armaban la taquiza con salsas, huevos cocidos, arroz y una gran cubeta con agua de limón. Después venía el bailongo. Y yo los veía con envidia.
Era tantos los visitantes a aquellos balearios que se hacían colas para entrar, para salir, para ir al baño, siempre sucios e inservibles, lo mismo las regaderas que los lockers. En las albercas girabas sobre tu propia circunferencia, como entre 200 cristianos, y el color del agua era lo de menos, lo único importante era tirarte del tobogán.
A la salida siempre pasaba que te subías a un autobús que no era el tuyo y te burlabas del pobre guey de al lado, hasta que te dabas cuenta que el perdido realmente eras tú. Entonces te espantabas porque en el estacionaminto había un chingo, pero un chingo de autobuses y no sabías cuál era el tuyo, hasta que tus cuates, siempre solidarios, te localizaban.
También había un montón de vendedores de dulces y artesanías. Comprabas algo con toda la intención de presumir que tú "ya habías ido a Oaxtepec". Así fue mi mundo. Así me tocó a mi.

Es real, las albercas a mitad de su capacidad. Y no me alegra.
Hace unos días regresé a Oaxatepec, 15 años después de aquellos tiempos. Ahora sí, con mi familia. Y aunque la pase muy bien, aún estoy triste, sorprendida y encabronada.
Sorprendida por ver cómo han mejorado los servicios. Tanto que ya hasta hay papel de baño en los sanitarios, sin que se lo roben. Ya recogen la basura y hay agua en los baños. No me tocó ver a ningún borracho, ni letreros de "puto" o coranzocitos pintados en las puertas.
Fui un domingo de agosto, en vacaciones, y no tuvimos que hacer ni una sola cola. Los boletos son electrónicos, los lockers suficientes, hay varios restaurantes decorosos y poca gente en las albercas. El dato curioso es que… por más que los busqué, no encontré a los "Pérez".
¿Y eso me encabrona? Sí, mucho. Porque resulta que mejoraron los servicios, no para estas familias, sino sacrificando precisamente a estas familias. En algún momento, la directiva del parque recreativo Oaxatepec aplicó la política infalible de encarecer los precios y con ello evitar al populacho.
"Los Pérez” ya no van ni a Oaxtepec. La entrada vale $130, adultos, $65, niños. Suponiendo que una familia cualquiera conformada por los abuelos, los papás y tres niños, quisieran entrar, serían $715 de puras entradas, más las comidas, los pasajes, etc. Una bicoca para algunos, imposible para cientos de miles que ganan uno o dos salarios mínimos, 350 y 700 pesos a la semana. Y eso me encabrona.

Domingo 17: 30 hrs. Y éste, el único vendedor de dulces que vi.


Este es sólo un ejemplo de cómo las familias populares han sido estranguladas por los últimos gobiernos. Se les ha marginado en educación, deporte, salud, recreación, alimentación. Han sido excluidas con salarios miserables: el verdadero origen de la desintegración familiar, tan mentada por los gobiernos y las institucionales, las que lejos de abrir oportunidades a niños y jóvenes, se las cierran.

La realidad para las familias pobres de hoy es muy diferente a la que vivieron nuestros padres hace 30 años. Un campesino, obrero o empleado, por muy modesto que fuera su ingreso, podía hacerse de su terreno, construir su casa, comprar sus muebles y dar estudio a 5 y hasta 10 hijos. La educación pública fue efectiva. Pero el panorama para las familias pobres de hoy es de marginación o migración. Un departamento de interés social vale más de 400 mil pesos y las constructoras piden ingresos mínimos de 12 mil pesos mensuales.

No es novedad que el salario perdió su valor adquisitivo y que antes alcanzaba para más. Irónicamente yo lo compruebo el día en que finalmente pude tomarme unos días de descanso con toda mi familia. Y caigo en la cuenta de que el salto social que dimos nosotros, los hijos, por el estudio y la profesión, se ha esfumando. Que nosotros somos los nuevos "Pérez".

Aunque ésta es sólo una hipótesis. Igual el día en que yo fui a Oaxtepec los otros "Pérez" se quedaron en casa a ver el fucho. O a la mejor es que la economía mejoró y ahora ya no existen más familias muégano. Pero no, Yo las vi abarrotar las playas artificiales del carnal Marcelo.