domingo, 21 de febrero de 2010

¿Se vale esta segunda oportunidad?

Pocos temas me han tocado tanto como este: la puesta en libertad del joven José Luis Romo Trujano, quien totalmente ebrio mató a un policía cuando le marcó el alto para una prueba de alcoholímetro. El conductor no solo embistió al uniformado, lo arrastró por más 1.5 kilómetros hasta que su auto se estrelló con la estatua de bronce de Juan Pablo II de la avenida Insurgentes, en la Ciudad de México. Era el 23 de marzo de 2009.

En octubre pasado un juez lo sentenció a 21 años de prisión por el homicidio doloso del oficial Luis Fernando Corona Mercado, de 43 años, esposo y padre de tres hijos, bajo la tesis de “estado de alteración voluntaria”.

Pero este viernes tres magistrados decidieron dejarlo en libertad, al cambiar su delito de doloso a culposo, de grave a no grave, y redujeron su sentencia a cuatro años y tres meses de prisión, lo que le permitió salir libre bajo caución. El joven homicida no pasó ni un año en la cárcel.

En Estados Unidos la muerte de un policía se paga incluso con pena de muerte, las leyes lo protegen y le dan un valor extraordinario por ser considerado un representante de la sociedad, el que mata a un policía lesiona a todos. En México, los impartidotes de justicia concedieron la libertad al que mató al policía y ordenaron el pago de 218 mil 423 pesos, por reparación de daño, y 30 mil pesos por gastos funerarios.

Al menos si alguien quiere ser policía ya saben cuánto vale su vida”, escribió un ciudadano en los comentarios de este video.


Trato de razonar con madurez, poner esta triste historia en un plano que nos sirva a todos para mejorar la sociedad que somos: el resultado es terrible.

Estar ebrio no fue una agravante sino un atenuante.

Los magistrados Jorge Ponce Martínez, Eduardo Guerrero Martínez, y Eva Verónica de Gyves descartaron que José Luis Romo Trujano quisiera matar al uniformado y según su resolución: “su ánimo no era otro que evitar el operativo”, pese a que el homicida impactó al policía y luego subió la velocidad hasta 90 y 100 km/hr.

Tal es la contundencia de los hechos que me atrevería a suponer un fallo corrupto.

Me pregunto desde cuándo se castigan las intenciones y no los hechos, porque entonces mañana vamos a tener a miles de imprudentes homicidas saliendo de la cárcel porque podrían alegar que no tuvieron la intención. El hecho contundente es que lo hicieron.

Estos magistrados deciden darle una segunda oportunidad al joven ¿Y quién le da una segunda oportunidad a la familia de hacer la vida con el padre, con el esposo?

Y qué tal el mensaje que mandan a la sociedad. “La vida de un policía no vale nada”, “La justicia es para el que tiene con que pagarla”, “Hay una justicia de primera para el privilegiado y otra para el jodido”. Años atrás un hermano de este mismo policía perdió la vida y el responsable salió bajo fianza.

Espero que la Secretaría de Seguridad Pública dé seguimiento a este crimen que, usted disculpe, me indigna y me llena de rabia por razones muy personales: soy hija de un policía, un hombre honesto y trabajador que con su escaso sueldo me brindó estudios y con sus mínimos conocimiento me formó para ser la mujer que soy.

En cambio, si me pongo en los zapatos de José Luis Romo (entonces estudiante de derecho en la Universidad Panamericana, 22 años, hijo de un profesor universitario) y me veo con un policía herido aferrado al toldo de mi carro, mi lógica, mi consciencia y mi moral me dicen que pare porque lo puedo matar. No hacerlo es pensar y actuar como un criminal.