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viernes, 10 de agosto de 2007

¿Dónde quedaron Los Pérez?

Mis primeros paseos fueron las excursiones de la secundaria a El Rollo, Oaxatepec, Las Grutas de Cacahuamilpa o Las Estacas. En el autobús invariablemente se escuchaba a Los Terrícolas. Cómo me acuerdo de aquella canción: “Carta de Néstor ¿Qué me dirá?”.
En esas salidas había algo que siempre me llamaba la atención: las familias salían a pasear juntas. Pero la mía no, mis papás se quedaban trabajando para que sus hijos pudieran ir a las excursiones de la escuela.
Así que en esos balnearios yo vi muchos clanes compuestos por abuelos, abuelas, suegras gordas, manadas de niños jugando con sus papás en las albercas, mamás que después de limpiarle la cola al bebé tiraban los desechables en los arbustos. “Los Pérez”, por decirles de alguna manera, se sentaban alrededor de un anafre y armaban la taquiza con salsas, huevos cocidos, arroz y una gran cubeta con agua de limón. Después venía el bailongo. Y yo los veía con envidia.
Era tantos los visitantes a aquellos balearios que se hacían colas para entrar, para salir, para ir al baño, siempre sucios e inservibles, lo mismo las regaderas que los lockers. En las albercas girabas sobre tu propia circunferencia, como entre 200 cristianos, y el color del agua era lo de menos, lo único importante era tirarte del tobogán.
A la salida siempre pasaba que te subías a un autobús que no era el tuyo y te burlabas del pobre guey de al lado, hasta que te dabas cuenta que el perdido realmente eras tú. Entonces te espantabas porque en el estacionaminto había un chingo, pero un chingo de autobuses y no sabías cuál era el tuyo, hasta que tus cuates, siempre solidarios, te localizaban.
También había un montón de vendedores de dulces y artesanías. Comprabas algo con toda la intención de presumir que tú "ya habías ido a Oaxtepec". Así fue mi mundo. Así me tocó a mi.

Es real, las albercas a mitad de su capacidad. Y no me alegra.
Hace unos días regresé a Oaxatepec, 15 años después de aquellos tiempos. Ahora sí, con mi familia. Y aunque la pase muy bien, aún estoy triste, sorprendida y encabronada.
Sorprendida por ver cómo han mejorado los servicios. Tanto que ya hasta hay papel de baño en los sanitarios, sin que se lo roben. Ya recogen la basura y hay agua en los baños. No me tocó ver a ningún borracho, ni letreros de "puto" o coranzocitos pintados en las puertas.
Fui un domingo de agosto, en vacaciones, y no tuvimos que hacer ni una sola cola. Los boletos son electrónicos, los lockers suficientes, hay varios restaurantes decorosos y poca gente en las albercas. El dato curioso es que… por más que los busqué, no encontré a los "Pérez".
¿Y eso me encabrona? Sí, mucho. Porque resulta que mejoraron los servicios, no para estas familias, sino sacrificando precisamente a estas familias. En algún momento, la directiva del parque recreativo Oaxatepec aplicó la política infalible de encarecer los precios y con ello evitar al populacho.
"Los Pérez” ya no van ni a Oaxtepec. La entrada vale $130, adultos, $65, niños. Suponiendo que una familia cualquiera conformada por los abuelos, los papás y tres niños, quisieran entrar, serían $715 de puras entradas, más las comidas, los pasajes, etc. Una bicoca para algunos, imposible para cientos de miles que ganan uno o dos salarios mínimos, 350 y 700 pesos a la semana. Y eso me encabrona.

Domingo 17: 30 hrs. Y éste, el único vendedor de dulces que vi.


Este es sólo un ejemplo de cómo las familias populares han sido estranguladas por los últimos gobiernos. Se les ha marginado en educación, deporte, salud, recreación, alimentación. Han sido excluidas con salarios miserables: el verdadero origen de la desintegración familiar, tan mentada por los gobiernos y las institucionales, las que lejos de abrir oportunidades a niños y jóvenes, se las cierran.

La realidad para las familias pobres de hoy es muy diferente a la que vivieron nuestros padres hace 30 años. Un campesino, obrero o empleado, por muy modesto que fuera su ingreso, podía hacerse de su terreno, construir su casa, comprar sus muebles y dar estudio a 5 y hasta 10 hijos. La educación pública fue efectiva. Pero el panorama para las familias pobres de hoy es de marginación o migración. Un departamento de interés social vale más de 400 mil pesos y las constructoras piden ingresos mínimos de 12 mil pesos mensuales.

No es novedad que el salario perdió su valor adquisitivo y que antes alcanzaba para más. Irónicamente yo lo compruebo el día en que finalmente pude tomarme unos días de descanso con toda mi familia. Y caigo en la cuenta de que el salto social que dimos nosotros, los hijos, por el estudio y la profesión, se ha esfumando. Que nosotros somos los nuevos "Pérez".

Aunque ésta es sólo una hipótesis. Igual el día en que yo fui a Oaxtepec los otros "Pérez" se quedaron en casa a ver el fucho. O a la mejor es que la economía mejoró y ahora ya no existen más familias muégano. Pero no, Yo las vi abarrotar las playas artificiales del carnal Marcelo.

lunes, 30 de julio de 2007

El cazador que no fue

Foto truqueada, seguramente la verdadera coneja ya se murió.
(Flickr.com nicolatina)

Don Pedro gusta de contar historias. Es un hombre que tiene una inmensa capacidad para reír con las cosas más sencillas y comunes de la vida. Que tiene un rostro feliz.

Y así son sus historias: llenas de gracia, espontaneidad y calidad humana.

Hace poco conocí una nueva de sus anécdota. Tan bella que me hizo sentir algo sublime. Mi abuela me la contó, un poco en tono de burla. Pero para mi fue un tesoro. Una evidencia de su sabiduría.

“En el pueblo a los chavos les gustaba ir de cacería. Se iban al monte a cazar en bola. Ya por la tarde los veía uno bajar con sus conejos colgados al cincho, presumiendo que tan buenos eran con la puntería.

Pedro nunca cazaba nada. Y cómo iba a hacerlo si, fíjense, un día se fue de cacería y encontró una coneja bonita, re chula, grandota y gorda. Ya la tenía en la mira, apuntándole con la escopeta, lista, ya nomás para dispararle. Y en eso que sale del matorral una hilera de conejitos a alcanzarla, eran sus críos.

“Y Pedro dijo: ‘No, cómo le voy a disparar a esta coneja ¿Y luego sus hijitos?’ Y que la deja ir, así, sin más ni más. A ella y a sus críos ¿Cómo la ves?”,
concluye la abuela moviendo la cabeza y con un tono de acusación.

Y yo volteo a ver a Don Pedro y él no dice nada. Pero me responde con una de sus muy espontaneas sonrisas.
Y yo pienso: Que lindo es mi padre. :)

viernes, 15 de junio de 2007

De aquí soy, !ahi nomás!

Ésta era mi vista, desde la casita de tablas de mi abuela
Foto pública tomada de Flickr.com

No es que ahora invente mi lugar de nacimiento, pero buscando el tema para iniciarme en la blogósfera, me dije: que más bello, sublime y presumible que la laguna de mi abuela y de mi madre: Aljojuca, Puebla, el pueblo mágico en el que crecí.
Mis padres me llevaban regularmente una vez al año y ésta era mi vista desde la casita de tablas de mi abuela, y un paisaje de montañas, y volcanes, y fauna silvestre, y siembra de temporal y "compadritos", a quienes saludábamos con el sombrero cuando los encontrábamos pos sus calles de tierra suelta. Recuerdo las humaredas y el olor a “chinamite” que salían desde las casas de adobe que aún me tocó ver, de las cocinas donde las mujeres tortillaban, cocían los frijoles, preparaban la salsa y ponían café de olla.
Uno de mis juegos con mis hermanos y primos, todos bien chavitos, consistía en resbalarse y dejarse caer de "madrazo" por una barranca como de seis metros, en un como tobogán de tierra, ramas, raíces; el chiste era quedar bien revolcado, raspado y volverse a aventar. Otro, era columpiarnos con todas nuestras fuerzas, en un columpio que mis tíos armaban con los mecates de sus yuntas, lo amarraban desde un gigantesco árbol de Pino (era como de 10 metros pero yo así lo veía) y ahí el chiste era que una vez que te impulsabas y llegabas hasta “arribota”, te aventabas y te dejabas caer sobre las montañas de pastura, que era el alimento de las bestias (de las que de cuatro patas, de las que sí le chingan).
Yo era la más chica de los hermanos y la de en medio entre los primos, quienes celebraban cada madrazo con singulares carcajadas, mientras que yo era la "odiosa" del grupo porque me la pasaba llorando, sólo que aquellos eran “niños del campo”, o sea estaban bien curtiditos, y yo no. Pero aún así no me les "abría".
Después de jugar “bateados”, encantados, escondidillas por las huertas, cazar lagartijas o atrapar mariposas, llegaba "la hora feliz", el momento de hincarle el diente a la “totola” y al guajolote, a los que mi abuela horas antes había torcido el pescuezo para cumplir con el “pipirim” de la “pipiolera” de nietos y sobrinos nietos que le caían, y que cocinaba exquisitamente con chile guajillo… mmm, no saben que cosa, pero imagínenselo: con tortillitas verdaderas, grandotas, de comal!!

Las tonalidades del agua cambian durante el día y dependiendo de las épocas del año.
Foto: mc2-map.org


A propósito de este blog, que me hizo rascarle a los recuerdos, hoy sé que la laguna no es producto del impacto de un meteorito como siempre creí, sino que es uno de seis cráters (en esa zona hay seis lagunas) originados por erupciones volcánicas, posiblemente del Pico de Orizaba -que también está muy cerca y se puede apreciar desde la casa de mi abuela- o del Popocatépetl. Otra información que encontré en Internet dice que es un volcán hundido, y otra que son seis axalapaxcos, conos volcánicos con lagunas interiores. Que está a más de 100 metros de hundimiento, tiene una profundidad de 50 metros y un kilómetro de diámetro. Que Aljojuca proviene del nahuátl Axoxuqui, que significa “Agua azul celeste” y que el pueblo existe desde la época de la Colonia. Por siglos las mujeres bajaron por su accidentada carretera a lavar la ropa, y los hombres iban a acarrear el agua con sus burros y castañas. Y para no perder la costumbre, cuentan una de tantas leyendas, que esta laguna debe ser mujer, porque sólo ahoga a los hombres, a quienes se jala y los pierde.

También encontré que por decreto de 1920 este lugar no puede ser considerado ni explotado turirticamente, porque está en un régimen de propiedad privadaaaa!!!!!!


En contraste con su progreso, Aljojuca es hoy un pueblo solitario, de migrantes. La abuela y los tíos murieron. La casa y sus huertas fueron demolidas por mis primos y sólo queda el terreno y el viejo portón que hizo de entrada principal. Hoy las diferencias en el pueblo se marcan, ya no entre los ricos comerciantes del Centro y los viejos hacendados con el resto de la raza, ahora está entre quienes tienen familia en el “Norte” y quienes no.
Las casas gabachas, las trocas y sus calles empedradas son el nuevo paisaje. En Internet encontré más páginas de Aljojuca en inglés, escritas por quienes están allá, que en español. Porque a medida que la modernidad ha llegado se ha ido perdiendo el otro pueblo, el de los olores, la siembra, los animales, los juegos de tierra, el que yo probé. Hoy creo que ninguna madre sensata permitiría que sus hijos jueguen a “desbarrancarse” o que caminen solos por el campo, sin un adulto que los cuide.
Y hoy también nadie vive sólo del campo. Cuatro de mis primos se fueron al “Norte” y desde allá mandan dinero para ayudar a los que se quedaron. Creo que a diferencia de los primeros “aljojuqueños” que emigraron, a ellos ya no les interesa regresar.
La última vez que fui a Aljojuca fue al “cabo de año” de mi abuela Josefita, tenía 94 años cuando murió, en el 2006. El médico dijo que tenía unos pulmones de alguien que había fumado muchísimo. Y sí, mi abuela debió haber respirado por más de 70 años, mínimo, el humo caliente del "chinamite” de su cocina, con el que crió a mi madre y un poquito, a mi también.

Y esta es la laguna de Tlecuitlapa, la de mi papá, el de atrás es el Pico de Orizaba, pero a esa es otra historia para otro post.
Foto: mc2-map.org