Independencia desde Palacio Nacional, con calma y sin novedad. Pero no contaron cómo fue posible. En qué consistió la estrategia para que no se vieran los cientos de manifestantes que en la plancha del Zócalo expresaron su repudio a Calderón, y en cambio pudieran proyectar sólo a familias disfrutando de una fiesta cívica.
Las excepciones fueron La Jornada y La Opinión de Los Ángeles, California.
Y la banda tricolor que apareció hasta el frente de la plancha tuvo la obscena función de tapar, esconder y desaparecer a quienes se manifestaban en contra.

Yo relataré lo que me consta y me tocó padecer. Porque estuve ahí, manifestándome como una más de los cientos de ciudadanos indignados y agraviados por el cinismo de Calderón, y porque además fui agredida por el Estado Mayor Presidencial (EMP).
En la plancha del Zócalo se vivió una simulación de una ceremonia cívica, en la que hombres y mujeres del Estado Mayor Presidencial vestidos de civil se mezclaron entre la gente, a lo largo de toda la plancha, para monitorear, manipular y agredir a los asistentes cuando fue necesario. Militares representaron a “familias” “calderonistas” que en todo momento estuvieron provocando al otro bando con burlas e ironías, y estuvieron tomando fotos de los manifestantes con toda la intención de intimidar.

En el cuarto del Zócalo que quedó en poder del EMP, justo enfrente del balcón presidencial, se formaron varias filas de militares vestidos de civil, volteados, viendo a la población. Enseguida venían las vallas metálicas. Después granaderos y policías de Seguridad Pública y otra valla metálica. Después la brosa, la banda, el pueblo.
Había de todo: Obradoristas, contracaderonistas (que no es lo mismo), familias que querían ver la ceremonia y miembros del Estado Mayor presidencial. Justo ahí, enfrente del balcón de Palacio Nacional había una gran concentración de manifestantes en contra de Calderón. Cientos. Muy activos en sus protestas, con globos, pancartas y cartulinas.
A las 11, Calderón salió al balcón y en ese preciso momento las mentadas de madre, chiflidos y gritos en su contra no se hicieron esperar. Los calificativos se perdían con las potentes bocinas preparadas para la ocasión y para nulificar cualquier otro grito. Entonces varios desplegamos una manta con el único objetivo de que Calderón la leyera. Pero no hubo tiempo ni de desenvolverla. La familia completa se nos vino encima. Pasó por encima de nuestras cabezas a arrancarnos la manta. La rompieron, la jalonearon.
Pero no hubo tiempo ni de reñir. En esos mismos segundos, los militares del EMP, protegidos por las vallas, levantaron unas gigantescas mantas tricolor que nos taparon por completo de la vista de Calderón. No se podía ver absolutamente nada. Ni de ida, ni de vuelta. Incluso las familias que esperaron por horas para ver la ceremonia se llevaron como pago esta manipulación.
Y ahí se enfoncaron las cámaras de TV. Y a las tomas abiertas, en la que sólo se veía disfrutando “como siempre” a las familias mexicanas. Y no dudo que las hubiera. Pero una vez más desde la Presidencia manipularon la realidad, con la magia de la Televisión, para mandar al país un mensaje de “normalidad”, lo que es una gran mentira.
De este lado de la banda tricolor había un pueblo enfurecido, que rabiaba de coraje, de impotencia. “¿Quién es el verdadero Chávez?”, alguien preguntó a gritos.




TERO se vio ondear por los cielos. La R y la A fueron destruidas, pero aún así, los cachos, la evidencia de la agresión fue subida y ondeada por los cielos, iluminados con los juegos artificiales preparados para el festejo.
El templete de prensa ya no se dio cuenta de esta manifestación. Las luces estaban apagadas. Pero Calderón y los suyos quizá desde el balcón de Palacio Presidencial sí alcanzaron a ver que algo blanco, que estaba fuera del guión, ondeaba por ahí. Y por lo que seguramente alguno militar tendrá que pagar. La Jornada informó que el operador de la logística para el Grito oficial fue Juan Camilo Muriño.
Así terminó la fiesta simulada. Pero no las sorpresas.
Al final los miembros del EMP que se infiltraron a lo largo y ancho del Zócalo comenzaron a salir. Para dejar el Zócalo tenían que pasar forzosamente por entre las vallas metálicas. Justo enfrente de nosotros pasó el hombre güero gordo de la “familia calderonista” que rompió la manta. Luego pasaron más, muchos más militares: hombres, jóvenes y viejos, mujeres y…niños, yo conté al menos a dos. Todos fueron subidos a camiones en Eje Central y llevados a quién sabe donde.
Así fue posible el “Grito en calma”. Me sorprendió que periódicos como El Universal dijera que el Grito fue “sin novedad”. O que Reforma afirmara que “un grupo de personas levantó banderas de cartón… con la que pretendió impedir que desde la fachada de Palacio Nacional se percibieran decenas de pancartas con la fotografía de Andrés Manuel”.
La orden fue taparle a Felipe las protestas. Y taparle al resto del país lo que es una realidad en la Ciudad de México: repudio y rechazo a quien robó la Presidencia. Un hombre peor que Salinas, que ni nos ve ni nos oye. Este pen... nos esconde.