miércoles, 23 de junio de 2010

Nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido


No sé que me pasó pero ver el féretro de Carlos Monsiváis recorrer las calles del Centro Histórico por última vez me soltó las lágrimas, y es que caí en cuenta de cuánto lo iba a extrañar, acostumbrada como estaba a verlo en todas partes: radio, tv, prensa, mítines, presentaciones de libros, eventos.

Saber que no habrá Monsiváis nunca más…

Saber que la Ciudad de México pierde a uno de sus más férreos y honestos defensores…





Caí en cuenta de que también perdía algo muy mío, algo de mis 20 años atrás. Sus libros y ensayos despertaron mi interés literario e intelectual en mis días de CCH, de universitaria; mejor dicho, con las copias de sus libros me fui interesando, esforzando por entender, por despertar.

No sé porque pero Monsiváis despertaba en mí familiaridad, como si hubiera convivido con él. Quizá porque todo mundo te contaba anécdotas, porque cuando opinaba decía exactamente lo que tú querías decir pero millones de veces mejor, o porque era un hombre que reía, de todo y todos, pero principalmente de sí mismo, contraviniendo el estereotipo del intelectual.

A Carlos te le acercabas sin protocolo, sin guardias de seguridad, sin que portara ese traje carísimo que impone distancia en automático.

La verdad es que no fui una buena lectora de su obra, no lo seguía puntualmente en sus opiniones, me parecía un tanto rebuscado porque entraba a un tema y abría un paréntesis, ironizaban con un capítulo de la historia y regresaba con otro de la cultura popular, de los políticos, de la iglesia. Apenas iba yo asimilando una idea con otra, cuando él ya andaba por otro horizonte. Digamos que me perdía ante su bagaje y su léxico. Reconozco mi incapacidad ante su vehemencia.

Recuerdo una vez una compañera de trabajo que sufría porque no sabía cómo pedirle que asistiera vestido de etiqueta a la inauguración de la exposición Ashes and Snow en el Centro Histórico; recuerdo mi sorpresa al descubrir en un programa de radio que el invitado especialista en Villancicos era Monsiváis; recuerdo que una amiga muy cubana decía que Monsiváis, siendo de izquierda, no quería a Fidel Castro porque fue reprimido en Cuba por ser homosexual. Denise Maerker dice que Monsiváis le contó que dormía sólo 4 horas al día.



Así era el Monsi, de todos y para todos, pero eso sí, su empatía pertenecía a los de abajo, no a los poderosos.

Ver su ataúd con las banderas de México, la UNAM y la diversidad sexual mientras políticos, intelectuales y ciudadanos cantan el Himno Nacional me enchina el cuerpo. Cuánto simbolismo en un país que se desangra (con 23 mil muertos y un presidente que se va al Mudial), con políticos que están en “plenitud del pinche poder” y ministros que evitan impartir justicia porque así lo marca la ley.

Cuánto por decir. Cómo me gustaría que Monsi interpretara su funeral.