ESTA MERA SOY YO
Una de las cosas que más me emocionan en la vida es viajar. Es más, lo debo hacer por prescripción médica y por el bien de otros, porque pasa que cuando caigo en la rutina tiendo a deprimirme y a ponerme de muy mal humor, y chingar al que se me deja. Así que lo mejor es que me aleje a tomar mi dosis de libertad y recreación.
(Léase lo siguiente con ritmo musical)
Que bonito es no hacer nada y después de no hacer nada, dormir o comer o pasear o ir a escuchar música o tomar o leer o caminar o besar o descansar o mirar o estirarse o platicar de la vida, de los hombres y las mujeres, o escuchar y compartir música o mirar o admirar edificios y monumentos o ir de compras o recibir un masaje o tomar y tomarse fotos o conocer a otros viajeros o tirarse en la playa al sol o correr en la playa o tomarse un café en una placita pública mientras cae la noche o platicar con los niños que venden sus artesanías o degustar nueva comida o ir a museos o ir a un concierto o (como no) making the love.
Me pasa que durante mis viajes no puedo ser una turista normal, supongo que por mi profesión, porque además de lo placentero siempre quiero ver, aprender, degustar y platicar más allá de lo bonito. Para empezar siempre armo paquetes. Pa que “valga la pena el viaje” (o para estirar mis siempre limitados recursos) busco matar unos 7 pájaros de un solo tiro. En este caso mi ruta fue Oaxaca-Huatulco-Tuxtla Gutiérrez-San Cristóbal de la Casas-Cruce fronterizo con Guatemala (una aventura por si solo)- Lago Atitlán- Antigua-Ciudad de Guatemala-Ciudad de México, todo mochila al hombro, más mi camarita de 2 pixeles que siempre se la rifa.
Por supuesto que ésta se saturo al tercer día. Y es que había tanto que ver, que capturar, que traer conmigo. Por ejemplo en Oaxaca, donde conviven maestros, indígenas, comerciantes, estudiantes, campesinos, turistas, buchones, todos en un ambiente de confrontación, de extremos, en un ambiente revolucionario y demandas sociales. Bajo el cinismo de un gobernador cruel, por decir lo menos.
Conocí el pueblo de San Cristóbal de las Casas en 1989, siendo estudiante del CCH. Nunca imaginé que se convertiría en una ciudad comercial y al servicio del turismo europeo. Fácil encuentras los mejores vinos del mundo, la comida asiática, israelita o italiana, clases de varios idiomas, y diversas actividades culturales en cine, música o circo. Eso sí, los indígenas siguen deambulando por las calles ofreciendo, casi regalando, sus artesanías. Las de Marcos y los zapatistas son de cajón.
A Guatemala estuve a punto de no ir por la Tormenta Arthur, pero pues Dios es bien chido conmigo y pese al pronóstico, me tocaron días sol. Ahí descubrí que la verdadera entrada al cielo, o al menos una de éstas, está por el Lago Atitlán. Qué maravilla, qué aire, qué cielo, qué nubes, qué bosques, qué sonidos, qué vista. Ya lo verán. Ah eso si, ahí me vieron la cara con un presunto dios maya que resultó ser una mamada. Ja, ni hablar, me la aplicaron.
A la ciudad de Antigua ya nomás fueron a llegar mis restos. Pero la lluvia cedió nomás para que en las pocas horas en estuve ahí pudiera admirarla y darme un quemón de lo que fueron otras épocas, esas épocas. Sus edificios son imponentes, pa variar, un chingo de iglesias. En los restaurantes la atención es muy gringa, según mi amigo el gringo, y según el chofer del Tuktuk que me llevó a conocer la ciudad, ahí ya no hay antiguenses, los dueños de las casonas son todos extranjeros porque ahi, “el que manda es el extranjero”.
Y lo más padre es que este placer se prolonga por inercia unos días más, y ese ya es gratis. Cuando volví “mexiquito”, mi ciudad me pareció tan linda, tan intersante. Pasa que la ves con ojo de viajero y te sorprendes con los detalles, las ofertas (no podía creer que las banquetas del Eje Lázaro Cárdenas estuvieran libres de ambulantes). Y regresé queriendo más que nunca mi casa, mi cama, mi familia, mis amigas, mi trabajo, mi forma de vivir y de ser. Mi Messenger.
Bueno ya. Aquí, mi primer día de vagancia.
Pues sí, resulta que tuve la suerte de que mi amiguito Scott gustara del folckore y la romería mexicana, así que lo primero que pidió al estar en la Ciudad de México fue ir la mismísima Merced a ver y oler la comida. Así que por ahí empezaron las vacaciones. Y sé que estas fotos serán un deleite para mis amigas y amigos que están en extranjia ¿que no?
Y como había que impresionar al güero, no podía faltar la visita al mirador de la Torre Latinoaméricana.
B
ruja en mirador
Eso por el día. De noche, a escuchar buena música. Que tal una velada de jazz en el Zinco. Había una banda de argentinos. Se llaman Barra Vieja y están bien rifados. Altamente recomendables. Esi si, tocan y huelen como los verdaderos blusseros.
Pa empezar no estaba nada mal.
PD. Todas las fotos son mías excepto la primera y las del Zinco.