Uno de los 20 motivos por los que escucho al doctor Lamoglia, y por lo que disculpo sus excesos, es que a través de su programa escucho a especialistas de la salud mental, una materia que descubrí hace poco y ha sido esencial en mi transformación como mujer adulta, independiente y decididamente feliz.
Así aprendo diariamente de nuestras debilidades y fortalezas, de las co depedencias, el miedo, las fobias, los trastornos de la conducta, de los narcisistas y de las víctimas. De cómo buscamos recovecos para no sufrir. Pero también para no hacernos responsables de nosotros mismos que, ahora sé, es el mayor logro que puede alcanzar un ser humano.
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Y esto no lo aprendí mis 17 años de escuela. El manejo de las emociones y los sentimientos no es una materia de estudio, ni básico, ni medio, ni superior. En la iglesia menos, al contrario, ahí no buscan que razones, sólo que obedezcas, porque si razonas a la larga terminarás por cuestionarlos. Se supone que es materia de la familia, pero resulta que las madres y los padres reproducen el esquema que a su vez les enseñaron sus padres, quienes vienen de uno o dos generaciones atrás, de un machismo más arraigado. Y es exactamente en la familia donde se padece la violencia, el abuso sexual, la injusticia, la inequidad y la falta de autoestima.
Pues bien hace unos días escuché un programa con la psicoterapeuta Marina Castañeda, quien dio un adelanto de la reedición de su libro:
El machismo invisible. Y me quedé estupefacta al sentirme claramente aludida.
La explicación que daba la autora era algo más o menos así: El machismo de nuestra época es distinto, evolucionó y ha pasado a ser más sutil, pero no ha desaparecido. Está sumamente arraigado. Hombres y mujeres lo practicamos y lo fomentamos sin estar concientes.
El hombre, cuando “permite” que su esposa salga libremente a pasear con sus “amigas”. Porque la mujer casada nunca dice que va a salir con sus amigos. Y las mujeres, cuando prefiere contratar a otra mujer para que la ayude con los quehaceres domésticos, cerrando así la oportunidad para que él se involucre en los quehaceres de su propia casa.
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Marina Castañeda Gutman, creo que hermana o prima de Jorge, dijo muchísimas cosas interesantes, pero recuerdo las siguientes.
Ellos: “Yo no soy machista, dejó que ella controle todo ‘lo de la casa’”. (O sea lo otro, lo realmente importante como es la lana, lo controlo yo).
Las mamás se ponen mal cuando ven a sus hijos jugar con los juguetes de la hermanita y viceversa. De inmediato los corrigen.
Las mamás encargan labores distintas a los hijos. A ellas cosas de mujer. A ellos, de hombrecito. Les permiten ciertas emociones a ellas y otras a ellos.
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En el matrimonio ella tiene que contar con el aval de él para iniciar cualquier proyecto, ya sea estudiar, hacer un viaje, trabajar, inclusive tener otro hijo.
Él puede proyectarse a iniciar cualquier otra actividad sin que ella se lo apruebe.
Las mujeres participan al esposo de sus gastos, esperan su autorización para hacer o comprar x cosa. Ellos no.
Él le puede hablar 15 veces al celular a la esposa porque quiere saber cómo está, dónde está, con quién está, a que hora va a llegar a casa, o porque está preocupado. Y eso halaga a la mujer. Pero si ella le marca a él 15 veces por los mismos motivos, es una controladora, una celosa enfermiza.
Trabajando por igual, siendo ambos proveedores, a ella le toca hacerse cargo de la comida, la limpieza y la ropa de ambos, y de los hijos.
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Las mujeres no saben cambiar un fusible, ni pintar la casa, ni arreglar una llave del agua, ni colocar una antena. Eso es cosa de ellos. No son capaces de cambiar una llanta del carro. Se les acaba el mundo.
Ellos no saben poner un botón. Es más no saben cuál es el lugar de las agujas y los hilos. Eso es cosa de ellas.
En las discusiones de pareja él opta por quedarse callado. Utilizan el silencio para ganarle toda discusión a ella.
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Si ella es ama de casa, procura que él descanse cuando regresa de trabajar. Como si ella no estuviera cansada con el trabajo que desempeña.
Él es quien maneja el dinero, los seguros y las tarjetas porque, según ellas, eso es muy difícil y él lo sabe hacer mejor. La realidad es que él decide hacerlo porque no confía la capacidad de ella para manejar el dinero.
Ella permite que su marido "la lleve" a comer y "le compre" sus cosas. Porque la dependencia económica es cómoda para ambos.
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Y pues en alguna de esas sí me vi. Como víctima de machismo, pero también como mujer machista.
Marina Castañeda Gutan explicó la diferencia entre machismo y misoginia. El primero ama a las mujeres y todo lo que sea femenino. Para él las mujeres son lo más bello de la tierra, siempre y cuando no se salgan del papel que les tiene asignado. Siempre que no quieran competir con él. Tienen una ida preconcebida de lo que deben ser las mujeres. Siempre atrás de ellos.
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El misógino está más grave. Este odia a las mujeres y todo lo que sea femenino. No las quiere, las considera un ser inferior. Un mal.
Finalmente, la psicoterapeuta deja la puerta abierta para que todos aceptemos nuestra parte machista y queramos trabajar para combatirlo, por la simple razón de que crea personas con sólo la mitad de sus capacidades y habilidades. Es decir un hombre que no sabe hacer cosas de mujeres es un ser incompleto, dependiente. Igualmente ella. Se limitan en sus capacidades por un mero prejuicio. Y esas limitantes son motivos suficientes para trabajar, hombres y mujeres, en la erradicación de esta cultura.
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Así pues el machismo se expresa en roles de género, que limitan, y esto es en el trabajo, la pareja, la salud y la sexualidad.
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Y pues ya buscando información de ella y su libro encontré estas dos encuestas que sirven para ver nuestro nivel de machismo moderno. Vayan, sin pena. Se van a sorprender.
¿Vives con un machista?
¿Eres muy macho?